Nos desplazabamos hasta Cádiz con la esperanza de dar la campanada y empezar a levantar el vuelo. Un viaje con toda la ilusión de sacar algo positivo de un estadio del que seguro a principios de temporada no entraba entre las visitas donde poder sumar algún punto, es decir, que una derrota entraba dentro de la lógica. Pero la situación del equipo amarillo, muy irregular y carente del potencial que se le presumía hizo que acudiéramos con el derecho de soñar en hacer historia y haber escrito en nuestro palmarés una victoria o un empate en Carranza, un campo donde hasta hace pocos años han desfilado verdaderos cracks de la liga española. Y la cosa no empezó mal. No creábamos ocasiones, pero los amarillos tampoco. Eso si, al menos estabamos bien plantados sobre el terreno de juego y no dejábamos opciones para los de la tacita de plata. Además la inclusión del equipo de Pedro, Eloy y Cabello daba al equipo cierto aire ofensivo que obligaba al Cádiz a estar más pendiente de lo que podrían haber pensado en un principio. Y así fue como en una jugada a contragolpe llegó el gol rojillo, eso si, el encargado de meterlo entre los tres palos fue el defensa central rival. Y ya van dos jornadas consecutivas donde es el rival el que tiene que hacer el gol, porque los nuestros están negados de cara a gol. Y no solo por la falta de puntería, sino más bien por la escasez de ocasiones que se crean. De centro del campo hacia delante no tenemos fluidez y no somos capaces de dar ese último pase que nos de opciones reales de cara a gol. Y con este gol acabó la primera parte. Y ya no solo era el gol, sino que la afición cadista se volvía contra su público y se empezó a oir la música de viento dedicada a los suyos por su mal juego y su falta de ambición. Pero la segunda parte fue diferente. Nuestro equipo trató mantener el tipo con la misma idéa de fútbol, pero el Cádiz hizo alguna variación táctica que derrumbó la situación de los nuestros en el campo. José González, técnico del Cádiz había movido ficha y recurrido a un delantero centro como Pachón, y uno de los ídolos de la afición, Enrique. Ambos fueron el revulsivo que el Cádiz necesitó para dar la vuelta a un partido que invitaba a fiesta rojilla. Prácticamente no creamos peligro y nos limitamos a ver como pasaban los minutos y de nuevo se nos iban tres puntos más que necesarios. Debutaron las dos nuevas incorporaciones rojillas, destacando personalmente al pequeño Adrián, el cual puede aportar la chispa que en ocasiones el equipo echa en falta.
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